El oro siempre ha sido considerado uno de los metales preciosos más importantes del mundo, su uso es sinónimo de lujo y exclusividad.
Durante los últimos años, la tendencia de agregar oro a los alimentos ha ido en aumento, a pesar de que históricamente ya se utilizaba desde hace mucho tiempo.
El oro en la historia
En el antiguo Egipto, era utilizado con fines religiosos y médicos. Para esta cultura, el oro representaba la carne de los dioses e ingerirlo era una manera de entrar en contacto con la divinidad.
Los egipcios elaboraban el “mfkzt” o “shem an na”, una especia de pan en forma de cono al que le agregaban partículas de oro. Este pan era ofrecido como ofrenda a las deidades y se creía que su ingesta mejoraba la salud.
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En la cultura China también hay referencias a la costumbre de comer oro, principalmente en forma de polvo, al cual le atribuían propiedades curativas y de potenciador del desempeño sexual.
En la actualidad es posible comprar las delicadas hojas de oro comestible con gran facilidad, siempre y cuando se esté dispuesto a pagar el precio de este metal.
Su uso para decorar postres, añadirlo a licores costosos e incluso cubrir por completo platillos elaborados, es cada vez más común en el ámbito de los productos gourmet, más por la belleza y la sensación de lujo que por cuestión de sabor.
Está comprobado que comer oro no es dañino para la salud, incluso tiene beneficios antioxidantes para la piel, por lo que ayuda a mejorar su aspecto, sin embargo, no tiene ningún efecto de importancia a nivel nutricional.
En Japón, en la provincia de Kanazawa, la producción de las hojas de oro continúa haciéndose de manera artesanal y tradicional.
Aunque la hoja de oro en el país nipón comenzó a utilizarse como un elemento de decoración para templos y artículos sagrados, hoy en día, su aplicación en la industria alimentaria y cosmética ha elevado la demanda, impactando de manera positiva la economía de la región.
¿Cómo se hace?
Para lograr obtener una hoja de oro comestible es necesario someter el metal a diversos procesos, mismos que pueden tomar hasta dos semanas de trabajo mediante el método tradicional.
Los artesanos comienzan por fundir oro de bajo kilataje dentro de hornos de crisol que alcanzan temperaturas de hasta 1200 grados centígrados. Posteriormente, se vierte dentro de un molde rectangular para formar un lingote.
El lingote es enfriado y pasa a la fase de aplanado, donde se coloca entre rodillos mecánicos que estrujan el metal maleable.
La barra de oro pasa una y otra vez mientras la distancia entre los rodillos disminuye, hasta lograr un grosor de 0.5 milímetros. La larga tira que se forma, es cortada en cuadros de un tamaño específico.
Cada cuadro de oro se intercala entre hojas de papel que se apilan una sobre otra. El paquete se golpeaba tradicionalmente con un mazo y ahora con ayuda de un martillo mecánico, en repetidas ocasiones para aplanar y hacer el oro cada vez más delgado.
Este proceso se repite múltiples veces, cambiando el tamaño del papel una vez que el oro aplanado llega a los bordes. Al lograr un grosor de 0.001 milímetros las hojas resultantes se cortan para formar cuadrados uniformes.
Esta hoja se llama “uwazumi” y a pesar de ser muy delgada aún tiene un gran camino por recorrer para llegar a ser comestible.
El siguiente paso es preparar las hojas que resguardarán el oro hasta su destino final. Se trata de un papel japonés muy fino conocido como “washi”, el cual debe someterse a una preparación especial para ser lisos y evitar que las hojas de oro se peguen o se rompan.
Primero, las hojas de washi se humedecen e intercalan con hojas secas, se apilan y envuelven con plástico para retener la humedad. Se les pone un peso encima y se reposan durante un día para que absorban el agua.
Al día siguiente se separan las hojas, se dejan secar y se apilan nuevamente. El paquete se golpea con una prensa mecánica para aplanarse.
El maestro artesano, quema paja de arroz para producir ceniza y que al mezclar con agua se convierte en lejía. Al agua se le añade jugo de persimón y se utiliza para mojar las hojas de washi.
La lejía hace el papel mucho más resbaloso mientras que el persimón lo hace más resistente.
El washi se separa para secarse, se apila y golpea con la prensa, repitiendo desde el proceso de remojo alrededor de 10 veces.
Al terminar el último secado, las fibras del washi se han roto y se convierte en un papel completamente liso y satinado, lo que permite que el oro pueda ser aplanado de manera uniforme.
Ahora el uwazumi se coloca entre capas de washi para apilarlas y golpearlas con la prensa en intervalos hasta llegar a un grosor final de 0.0001 milímetros.
La hoja de oro terminada se corta con ayuda de un cortador de bambú para evitar generar estática.
Cada hoja se coloca en un papel nuevo y se empaca para su comercialización.
Sin duda, se trata de un oficio tradicional que implica maestría y paciencia, digno de tratar uno de los metales más valorados en el mundo. Con información de El Universal.