Los animales pueden olfatearse intensamente para determinar, por ejemplo, si el otro está preparado para aparearse, pero ¿ocurre lo mismo con los humanos?
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¡No!, aseguraría el anatomista Paul Broca, quien influyó de forma decisiva en el modo en despreciamos la influencia de los olores corporales en el comportamiento humano. Ya en el siglo XIX, Broca atribuyó al ser humano un sentido del olfato poco desarrollado, lo que debía entenderse como un cumplido: aquellos bendecidos con inteligencia y libre albedrío probablemente podrían prescindir de los olores como portadores de información.
Pero, si bien la investigación del olfato todavía está poco desarrollada, una cosa está clara: no solo nos olfateamos a nosotros mismos y a los demás incesantemente, sino que lo que olemos también influye de forma decisiva en nuestro comportamiento. Incluso si coincidimos con Paul Broca y no prestamos atención a nuestro sentido del olfato, este sigue controlandonos.