Charlie Watts odiaba tocar en festivales, para él Glastonbury era incluso una pesadilla: “Nunca me gustó lo hippie, para empezar. No es lo que me gustaría hacer durante un fin de semana, lo puedo asegurar”, decía.

Tampoco tenía una canción favorita de su banda, The Rolling Stones, simplemente porque ya no la escuchaba. En años recientes, coleccionaba cosas de jazz, baterías de grandes músicos como él, libros autografiados, de Agatha Christie, Graham Greene, Evelyn Waugh…

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Así, el baterista de la agrupación británica, fallecido este martes a los 80 años, enmarcaba su rebeldía, oponiéndose al desenfreno: con sus vestimentas elegantes, tras una batería minimalista, lejos de la parafernalia y aún conservando su matrimonio de más de cinco décadas. Un rockero casado con la misma mujer, Shirley Ann, desde 1964.

En muchos sentidos, Watts era la antítesis de Mick Jagger y lo que simboliza el género que lo encumbró, pero también su mejor definición: ser tan genuino, tan cool, en un mundo de tentaciones, es también un acto de desobediencia.

Con información de El Universal